¡Oh hermosura inefable del Dios altísimo, resplandor purísimo de la eterna luz!
¡vida que vivificas toda vida, luz que iluminas toda luz y conservas en perpetuo resplandor millares de luces, que desde la primera aurora fulguran ante el trono de tu divinidad!¡Oh eterno e inaccesible, claro y dulce manantial de la fuente oculta a los ojos mortales, cuya profundidad es sin fondo, cuya altura es sin término, su anchura ilimitada y su pureza imperturbable!
De tí procede el río que alegra la ciudad de Dios, para que, con voz de regocijo y gratitud, te cantemos himnos de alabanza, probando por experiencia que en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz.
San Buenaventura
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