El Apóstol nos manda alegrarnos, pero en el Señor, no en el mundo. Pues, como afirma la Escritura: El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. Pues del mismo modo que un hombre no puede servir a dos señores, tampoco puede alegrarse en el mundo y en el Señor.
(San Agustin)
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