Los Cuatro Sentidos de la Escritura: Cómo la Tradición Interpreta la Palabra de Dios
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Introducción: La Palabra que trasciende toda palabra
En un tiempo en que muchos leen la Sagrada Escritura como si fuera un simple libro histórico o un texto simbólico, la Tradición católica recuerda que la Biblia es un misterio vivo: palabra divina revestida de palabra humana.
En ella, el Espíritu Santo —autor principal— ha dejado un tesoro de significados que solo se revelan plenamente a la luz de la fe y de la Tradición.
Desde los Padres de la Iglesia hasta los doctores medievales, la exégesis católica ha reconocido que la Palabra de Dios posee cuatro sentidos:
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Literal,
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Alegórico,
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Moral, y
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Anagógico (o espiritual, orientado al fin último).
Estos cuatro sentidos forman una unidad armónica, como las cuerdas de una lira que solo suenan en plenitud cuando vibran juntas.
Así lo expresaba San Gregorio Magno:
“La Escritura crece con quien la lee.”
I. El Sentido Literal: La base sobre la cual se edifica la fe
“La letra enseña lo que Dios hizo”
El sentido literal es el fundamento de toda interpretación bíblica.
Consiste en comprender lo que el texto dice realmente, en su contexto histórico, lingüístico y cultural.
Como enseña Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica, I, q.1, a.10), todos los demás sentidos se apoyan en el literal, que es el querido por Dios mismo.
No se trata, sin embargo, de un literalismo seco o fundamentalista, sino de la lectura que capta la realidad objetiva de los hechos salvíficos narrados.
Cuando el Éxodo nos cuenta el paso del mar Rojo, debemos creer que ese milagro ocurrió realmente; no es una fábula ni una metáfora: es un hecho histórico mediante el cual Dios salvó a su pueblo.
“Toda la Escritura está inspirada por Dios” (2 Tim 3,16).
El literal nos enseña lo que Dios ha hecho en la historia para nuestra salvación, preparando el camino de Cristo.
II. El Sentido Alegórico: Cristo, clave de toda la Escritura
“La alegoría lo que tú debes creer”
El sentido alegórico revela cómo los acontecimientos del Antiguo Testamento prefiguran a Cristo y a la Iglesia.
Es el sentido que permite ver la unidad profunda entre las dos alianzas, donde todo converge en el Verbo encarnado.
San Agustín decía:
“El Nuevo Testamento está oculto en el Antiguo, y el Antiguo se revela en el Nuevo.”
Así, el paso del mar Rojo prefigura el Bautismo; el maná en el desierto, la Eucaristía; el arca de Noé, la Iglesia; Isaac cargando la leña, Cristo llevando la cruz.
Nada en la Escritura está aislado: todo apunta al misterio de la Redención.
En este sentido alegórico, Cristo es la llave que abre todas las puertas del Antiguo Testamento, y su Cruz ilumina todos los símbolos.
III. El Sentido Moral: La conversión del corazón
“El sentido moral enseña lo que debes hacer”
El sentido moral (también llamado tropológico) nos muestra cómo cada texto sagrado tiene una aplicación directa a la vida cristiana.
No se trata solo de conocer los hechos, sino de imitar las virtudes que en ellos se revelan.
Por ejemplo, la paciencia de Job, la fidelidad de José, la humildad de María, la fortaleza de los mártires… todos son modelos que nos invitan a la santidad.
Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 117):
“Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a obrar rectamente.”
Leer la Biblia en este sentido transforma la mente y el corazón.
Cada página se convierte en espejo del alma: nos muestra quiénes somos y hacia dónde debemos caminar.
IV. El Sentido Anagógico: La mirada hacia el Cielo
“El sentido anagógico muestra lo que debes esperar”
El cuarto sentido —el más elevado y contemplativo— es el anagógico, que orienta todo hacia la vida eterna.
Nos recuerda que la historia humana es peregrinación y que la meta es la Jerusalén celestial.
Así, cuando la Escritura habla de Sión, del Templo o de la Tierra Prometida, el alma iluminada por la fe ve en ellos figuras del Cielo.
Cada promesa divina apunta a la gloria futura, donde el alma verá a Dios cara a cara.
San Buenaventura decía que quien contempla la Escritura en este sentido “siente en el alma un deseo de la patria eterna que nada terrestre puede saciar”.
“Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios” (Col 3,1).
El sentido anagógico eleva el alma de la meditación a la adoración, y del conocimiento a la esperanza.
V. Una unidad viva: Cuatro sentidos, un solo Espíritu
Estos cuatro sentidos no se oponen, sino que forman una jerarquía de significados unidos por el Espíritu Santo.
El literal es la base; el alegórico, el centro cristológico; el moral, el camino del alma; el anagógico, el horizonte eterno.
Así lo resumían los exegetas medievales en un verso clásico:
“Littera gesta docet, quid credas allegoria,
Moralis quid agas, quo tendas anagogia.”(“La letra enseña los hechos, la alegoría lo que debes creer,
la moral lo que debes obrar, y la anagogía hacia dónde debes tender.”)
En esta armonía, la Tradición católica ve en la Escritura no solo un texto, sino un sacramento de la Verdad, donde el Espíritu habla al alma que escucha con reverencia.
Conclusión: Escuchar a Dios con el oído del corazón
La interpretación de la Escritura no es tarea de curiosidad intelectual, sino de vida espiritual.
Solo quien reza y vive en estado de gracia puede comprender sus misterios en plenitud.
“El que no ora, no entenderá jamás la Escritura”, decía San Jerónimo.
Por eso, antes de abrir la Biblia, el alma fiel debe arrodillarse y pedir luz al Espíritu Santo, que es su verdadero autor.
Entonces, la Palabra dejará de ser letra muerta y se convertirá en espada viva, capaz de transformar el alma y el mundo.
Llamada a la acción espiritual
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Lee cada día un pasaje del Evangelio a la luz de los cuatro sentidos.
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Pide al Espíritu Santo que te guíe “de la letra al espíritu”.
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Medita, reza, contempla: deja que la Palabra te juzgue antes de que tú la juzgues.
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Busca formarte en la Tradición: los Padres y Doctores son los mejores maestros.
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Vive lo que lees: la Escritura se entiende plenamente solo cuando se ama.
Catolicismo.net – La Palabra eterna en el corazón de la Tradición
“La Sagrada Escritura es un océano divino: los débiles beben en su orilla, los santos se sumergen en su profundidad.” — San Efrén de Siria
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