En los tiempos de nuestro Señor Jesucristo, se hizo palpable su poder sobrenatural haciendo milagros. Más tarde, los milagros han acompañado la Historia de la Iglesia desde los primeros tiempos de la misma hasta épocas recientes. Sólo hay que visitar alguna ermita o santuario donde se encuentren expuestos los exvotos, para ver como el pueblo creyente aún sigue creyendo en los milagros.
Sin embargo, desde el Concilio Vaticano II, parece que desde algunas instancias de la Iglesia como Organización, tanto por parte de algunos sacerdotes como por parte de cierta Jerarquía, se quieren tapar los milagros como si no existiesen. No se dan cuenta que los milagros existen a su pesar, y que ocultándolos debido a su ideario exclusivamente racionalista, lo único que consiguen es privar al pueblo de Dios de una prueba palpable querida por el mismo Dios, acerca de su existencia y de su gracia para los hombres.
Tras esta introducción, paso a exponer lo que creo que es un milagro acaecido en fechas recientes por la intercesión clara de nuestro querido Papa Juan Pablo II. Esto ha ocurrido en la ciudad de Jaén (España), pero tiene mucho que ver también el hecho de que la madre del niño objeto del milagro sea polaca, y gran devota de Juan Pablo II.
La mejor forma de exponer los hechos es insertar aquí literalmente la carta escrita por el padre de la criatura, Mario Lozano:
Mi nombre es Mario Lozano Crespo y el de mi esposa Marzena Katarzyna Tomczyk, de nacionalidad polaca y, cuando ocurrió el suceso que voy a relatar, éramos padres de un niño llamado Mario, que nació el día 6 de Enero de 2012, aquí, en la ciudad de Jaén. Nuestro matrimonio y paternidad era plenamente feliz, siempre con la ayuda de Dios, que nos inunda de fe y de seguridad frente a los avatares de cada día.
En Marzo de 2013, mi esposa se
encontraba nuevamente encinta de lo que iba a ser nuestro segundo hijo; corría
ya su decimosegunda semana de embarazo y el día 22 de dicho mes acudimos a la
primera cita rutinaria de obstetricia en el Hospital Maternal de Jaén. Pero
nuestra tranquilidad y esperanzadora alegría iba a cambiar por completo.
Mientras mi esposa estaba siendo atendida por la médico-ginecóloga, yo
cuidaba del pequeño Mario fuera, por los pasillos. Ella tardaba demasiado en
salir de la consulta y, cuando lo hizo, fue para decirme que querían hablar
conmigo porque el asunto no tenía buen aspecto. Efectivamente, así era. Dicha
ginecóloga me dijo –muy seria-, que la criatura se encontraba con varias
malformaciones no sólo somáticas, sino también –al parecer- de tipo cromosómico
con el resultado de posible síndrome de Down. “La razón de la tardanza en la
atención de su esposa” - me manifestó-,
“se ha debido a que la hemos inspeccionado a fondo, los resultados ecográficos
han sido analizados por otros tres ginecólogos más y los cuatro hemos llegado a
la misma conclusión que le estoy comunicando”.
Yo estaba absolutamente petrificado y escuchando a la facultativa como
en sueños. No me sorprendió cuando me informó sobre las posibilidades que
existían: “Aunque se trata de una información ecográfica -visual- y no podemos hablar de algo definitivo, tengo
que decirle que los cuatro ginecólogos estamos de acuerdo en que el feto parece
adolecer de graves malformaciones, por lo que, para saber con mayor exactitud
de qué clase se trata –sobre todo en lo referente a los de tipo cromosómico-,
le informo que disponen de la prueba de la amniocentesis. Ahora bien, le
informo también de que dicha prueba entraña un riesgo para el feto. De esto
también he informado a su esposa y ella
se ha negado, por eso se lo repito a usted para saber la opinión de los dos,
aunque ella ya nos ha dicho que usted también diría que no.”
En medio de mi aturdimiento pregunté si dicha prueba podría aportar o
servir para alguna solución, y su contestación fue negativa. “Eso sólo nos
aporta información, porque si existe un problema cromosómico nada se puede
hacer. Por lo demás, sobre las malformaciones físicas que vemos en la
ecografía, sólo depende de la propia
Naturaleza a lo largo del periodo de gestación...quedan muchos meses...”
Mi respuesta fue: No. “Yo le respondo en los mismo términos que mi
esposa, basta que pueda existir el mínimo riesgo para la criatura para que nos
neguemos a la realización de cualquier prueba.”
La ginecóloga, con rostro muy serio, mezcla de profesionalidad y
preocupación por el asunto –rodeada de
algunas enfermeras que me escuchaban con muchísima atención-, continuó con su
deber informativo –muy probablemente a su pesar y con independencia de sus
convicciones personales-, “ por último le comunico que existe un periodo legal
para la interrupción del embarazo. Si se deciden deberán comunicarlo dentro de
unos días. Su esposa también ha dicho que no”.
Mi respuesta fue nuevamente la misma: No.
Salimos del complejo hospitalario como autómatas. Ya en casa rompimos
a llorar. Sin embargo, algo interno nos sostenía. Yo incluso puede regresar ese
mismo día a mi trabajo y –sorprendentemente- realizaba mi labor como cualquier
jornada.
Decidimos buscar otros facultativos. Las mejores referencias apuntaban
a un experto ginecólogo en la población de Linares, así que –muy esperanzados-
pedimos cita y allá nos presentamos en la tarde del día 3 de Abril.
(Precisamente la víspera –día 2- se conmemoraba el aniversario del
fallecimiento de Juan Pablo II).
Dicho ginecólogo analizó con
meticulosa profesionalidad a Marzena en su gabinete privado. La fama de este
ginecólogo era justa y probada, sobre todo –se corría de boca en boca-, por sus
ecografías tridimensionales. Esta vez –pensábamos-, no habría dudas visuales.
Un buen rato más tarde, sentados ya frente a él en su despacho,
escuchábamos verdaderamente atónitos los resultados: “Se trata de un varoncete
y..., lo que tiene es algo más que posible síndrome de Down;.. se trata de una
“acrania”.
Ante nuestros rostros de estupor, adivinando nuestra ignorancia,
continuó: “la acrania es una anomalía en la formación de los huesos del cráneo;
es decir, consiste en la inexistencia de huesos en la cabeza –total o
parcialmente-, en el caso de su hijo, la afección es en la cara...no tiene
huesos en medio de la cara...no tiene nariz. Una brecha que se extiende también
por el resto del cráneo.” Y, así mismo, este ginecólogo nos habló de la
amniocentesis, al menos –nos dijo-, “por si hubiera algún tipo de probabilidad
de solución –no de tipo cromosómico-, sino que pudiera existir alguna
información por remota que pudiera ser, para remediar alguna de sus malformaciones.
Pero eso, tendría que estudiarse.” Este doctor también nos informó sobre los
plazos para abortar, si bien nos advirtió que “si abortan, nunca sabrán si eso
–al final- es lo que parece y pudo tener solución o no.”
Ya eran cinco los ginecólogos que nos referían malformaciones y
posible síndrome de Down. Nuestro regreso a Jaén –por cierto, en medio de un
temporal de lluvia-, no es para describirlo.
Pero esa fuerza interior persistía con insistencia. En medio de todo,
ahí había algo que nos asistía con enorme poder. Además, sabíamos que nuestra
decisión era la correcta. Los días siguientes hicimos nuestra vida normal –a
pesar de la visión dantesca de las fotografías de Internet al escribir la
palabra “acrania”-. Redoblamos nuestros rezos diarios con más fervor que nunca.
Precisamente, los Domingos acudíamos a Misa a un recién construido templo que
había recibido el nombre de nuestro entrañable Papa Juan Pablo II –querido en
todo el orbe, pero tanto más en su Polonia natal, de donde es mi esposa Marzena-.
Y por si fuera poco, durante los días de estos hechos que relato, trajeron con
solemnidad algunas de sus reliquias, para ser depositadas en el ara del Altar.
También tomó ella agua que trajimos de la fuente milagrosa del Santuario de
Lourdes, a donde habíamos acudido durante el verano anterior completamente
ajenos a lo que nos iba a ocurrir.
Recordando los términos del ginecólogo de Linares: “Por si hubiese
algún remedio por remoto que fuese...”, decidimos dar el paso de la prueba de
la amniocentesis, si bien con las máximas precauciones, y volvimos a pedir cita. Por teléfono nos
dijo: “les voy a poner en contacto con otro ginecólogo –al que reconozco como
una autoridad en la materia- que les va a hacer unas pruebas previas.”
Fijada para el día 10 de Abril, acudimos a la consulta del último
doctor de todo este relato en el hospital San Agustín de Linares. Aquella
mañana soleada nosotros ya teníamos absolutamente asumido que aceptaríamos lo
que Dios nos enviase y nos poníamos en sus manos para que nos guiase en las
decisiones que hubiésemos de tomar. Así que,
en esos pensamientos estábamos mientras el citado ginecólogo –el sexto-
auscultaba meticulosamente a Marzena, por eso, nuestra sorpresa y asombro era
enorme cuando nos informaba sobre los resultados obtenidos ese día: “El feto
está perfectamente, se encuentra bien formado y no existe rastro de
malformación alguna..vean las ecografías..”. Pregunté por la “acrania”. “No
existe rastro de malformación alguna física, ahora bien, no podemos saber acerca
de problemas de tipo cromosómico”.
Con eso nos bastó, ya no quisimos saber nada más de la prueba de la
amniocentesis, aceptaríamos que tuviese incluso síndrome de Down. Lo principal
–al parecer-, estaba claro: ¡nuestro niño estaba perfectamente formado y tan
sólo en el plazo de unos días!.
El día 29 de Abril nos encontrábamos de nuevo en la consulta del
doctor ginecólogo que había detectado la acrania y que nos había enviado a este
último y sexto ginecólogo. Ya disponía de los datos y resultados de las pruebas
del día 10 en el hospital de San Agustín y no salía de su asombro. “Tengo aquí
los resultados de las últimas pruebas y las contrasto con las de sólo 26 días
antes. Me parece increíble. No piensen ustedes que hubo error alguno. El feto
estaba como les dije y ahora...en cambio..la verdad es que no encuentro
explicación.”
Para nosotros estaba clarísimo: se trataba de un auténtico milagro.
Pero seguimos rezando. El niño aún podría tener síndrome de Down.
Don Juan no era el párroco, pues el citado templo bajo la advocación
de Juan Pablo II pertenece a una parroquia lejana, pero era el sacerdote amable
y cariñoso que oficiaba la Misa dominical. Así que un Domingo después de la
Misa propuso a Marzena que tocase con su vientre el altar y que lo hiciese
durante los días que quisiera, y así lo hizo todo el resto del periodo de
gestación, cuando no se oficiaba. Además, toda la familia repartida por España
y Polonia rezaba.
Por fin, el día 17 de Octubre, a las 16,15 horas nacía Juan Pablo, un
niño precioso, completamente sano y fuerte, con 4,540 Kilos y 55 cms., que es
–junto con Mario-, nuestra alegría.
No dudamos de que se ha tratado de un auténtico milagro. Incluso la
matrona –Juana-, refiere que la acrania deja secuelas aunque se arregle con el
tiempo. Deja huellas físicas y psíquicas. Pero –de momento- nuestro Juan Pablo
no tiene ni rastro de ellas.
Esto lo referimos para contribuir a la causa de la canonización de
nuestro querido y entrañable Papa Juan Pablo II y aunque ya lo haya sido cuando
llegue a conocimiento de quien proceda este relato, que sirva –al menos-, para
su mayor reconocimiento.
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